No era yo nada y ahí estabas tú, No sé si era carne y ya me habías formado, Me elegiste en la nada y entre muchos, Me arrullaste en tus brazos y pude oír “no temas”. Cuando viste la sequedad de mi barro, Cuando se quiebro mi ser árido y frágil, Reverdecieron renuevos en Tu templo, Y Tu Espíritu fue mi manantial bendito. Era brizna de hierba mojada de rocío, Y me volví sauce y bebí de tus ríos, Se extendieron mis ramas y nacieron mis hojas, Y se volvieron perfume para tu trono. No era nada, no veía la luz, y Tú ya estabas, Pasé a la eternidad y me habías redimido, Siendo esclavo de un tirano me llevaste a tu reino, Y fuiste mi Rey y Dios eterno. Me llamaste a tus aguas y abriste tus papiros, Me declaraste Tu pacto y tus caminos, Me dijiste “no temas” y fui tu testigo, Y hoy eres mi Dios cual no hay ninguno. (Basado en Isaías44:1-8).
Tinta de corazón... letras esculpidas en el alma