Hay ahogos que inundan el alma,
torrentes caudalosos, brumas, agonías,
Son tristezas, son lágrimas , son soledades,
Son indiferencia, son traiciones, son humanos.
Pero hay ríos que desahogan la pena,
que inundan de calma la noche tormentosa,
Son aguas profundas pero como brisas,
Son ecos de amores de tiempos eternos.
Es que en la lejanía de nuestra inexistencia,
Ya existía La Luz y la armonía,
Y aún cuando yo no era Tú ya me querías,
Y mi embrión te vislumbró y no lo entendía.
Y a la hora de querer continuar mi viaje,
Y ver que el camino se ha vuelto estrecho,
Pienso en la fidelidad de un amor tan perfecto,
Y se calman los torrentes de mi estrepitosa alma.
Cuando las ansiedades colapsan mis venas,
Y mis carne perece y pierde la fuerza,
Miro hacia lo eterno y encuentro una roca,
Que me ampara y me cubre, me abriga.
Ha avanzado la noche y sólo miro el techo,
Y lloro y no hay luces ni estrellas en mi cielo,
Pero veo un resplandor en tus escritos,
Y lloro de consuelo cuando me llamas.
Tan frágil es mi vida, mi mente, mi carne,
Tan débil soy yo que no te entiendo,
Pero me ampara tu amor y tus alas,
Y Tu gracias me cubre y no lo veo.
Lágrimas, confusiones, desconsuelos,
Noches, estrepitosas noches sin descanso.
Es la hora de escucharte mi Dios y mi amigo,
Quiero beber tus vinos y vislumbrar el cielo.
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